Me pidieron que hiciera un blog sobre algo que
pasa mucho a tod@s, y es ese asuntico de hacernos mierda después de terminar
una relación y quedar tan curad@s en salud que si se nos vuelve a atravesar un
caso parecido levantamos un nivel de muro que se echa el de Berlín a la bolsa. Básicamente, creemos haber aprendido la
lección con X o Y y juramos por Hércules y sus 12 pruebas que nunca en la puta
vida volvemos a embarrarnos las patas así con alguien. Y con eso nos
ocasionamos una importante gama de pedos mentales que nos impide a veces darnos
ciertas oportunidades con A y B. Y eso
es una grandísima tonelada de mal ride.
La pregunta inicial era ¿Por qué las viejas son
así de brutas? Pero luego me puse a pensar (a veces lo hago), me pregunté si
esto era una cuestión de género o si está más relacionado a las experiencias
que cada persona ha tenido. No queremos reforzar estereotipos, pero estamos muy
acostumbrad@s a la típica trama del mae perrito carepicha que se baila a la
pobre lentica sin malicia. El mae se sale con la suya y la pobre queda con el
corazón hecho una piñata reusada. Clariiiiisimo está que ya la vara no es así
de parcial. Las mujeres somos muy malas también y no sé si es que nos jalamos
menor cantidad de tortas pero bien dañinas las hijueputas o si es que somos tan
vivas que nadie nos agarra. Bueno!! Mi punto aquí es que sí es posible que el
género tenga un poco que ver en muchos de los casos, pero cada vez menos que antes.
Por más que quisiéramos no generalizar y no caer en la trama de ‘tod@s son
iguales”, es difícil recuperarse. Es difícil recuperar la intención. Es difícil
recuperar la ilusión.
Ahora, si a las experiencias le agregamos un carácter de mierda y una
personalidad retorcida resultamos con una belleza de pendejada con patas. Por ejemplo,
un Pepito al cual le pegaron la bailada de su vida. Se la aplicaron como
embarrar mantequilla en pan caliente. A esto le agregamos el hecho de que es un invivible comemierda con
serios problemas de confianza y de convivencia (y al rato hasta con algún fetiche
por…no sé…las orejas puntiagudas, las espaldas peludas, y las manos flacas, o
alguna fobia con los pies, los ombligos salidos o los dientes grandes…lo que
sea que haga a Pepito un ser particularmente exigente). El resultado es un
legitimo “forever alone level 35000”, que incluso cuando se le presente la
oportunidad con alguien va a paniquear, ya sea porque le da miedo que se la
apliquen otra vez, porque su carácter no le facilita el proceso de conocer
gente, o porque la otra persona tiene las orejas redondas.
Cualquiera que sea el caso, volverse a montar en
la carreta no es nada fácil si somos “normalitos”y si somos “especialitos” mucho
menos. La clave esta, creo, en comprender que los muros no nos evitan el pichacito,
nada más lo postergan, nos dan tiempo para cofalear las nalgas un toquecito antes de volver a irnos resbalad@s ;)